P. DE ADOLESCENTES

LA PASTORAL DE ADOLESCENTES

AGENTES DE LA PASTORAL DE ADOLESCENTES.


La comunidad cristiana.

Debemos citar, en principio, como principal agente de la pastoral de adolescentes, a toda la comunidad cristiana, ambiente en el cual los adolescentes viven un experiencia de vida cristiana como alternativa válida ante el modelo que le presenta el mundo pagano en que viven, y en no pocos casos reemplaza a la familia ausente por la crisis que atraviesa. En efecto: la educación permanente de la fe es un asunto que le atañe directamente, y que complementa la acción concreta que realizan el animador y el asesor. Cada miembro de la comunidad tiene una responsabilidad con respecto a los adolescentes y no puede desentenderse de su proceso de maduración en la fe. En definitiva, será la misma comunidad cristiana la que al final del proceso catequético acoja a todos los catequizandos en un ambiente fraterno, que les permita vivir lo que han aprendido y por ello debe considerársela como un agente de pastoral particularmente importante. La comunidad en general y el grupo en particular da mucho a cada adolescente y también recibe mucho de él. En este intercambio fecundo es posible alcanzar la madurez, tanto a nivel personal como comunitario.

El animador y el asesor.

La pastoral de adolescentes requiere la presencia y la acción de dos agentes pastorales fundamentales que efectúan el acompañamiento en el proceso de maduración de la fe: el animador y el asesor. Ambos son personas concretas, dotadas de una identidad y un estilo propio que, desde el lugar donde trabajan, se entregan a la tarea eclesial de hacerse presente entre los adolescentes y, en sintonía con ellos, llevar a cabo su tarea evangelizadora respondiendo a una vocación específica. A continuación, analizaremos la figura de cada uno de ellos, para poder definirlos en toda su dimensión y destacar la importancia de su rol como guías y motivadores del crecimiento en la fe.

El animador


a) Identidad y características.

Un llamado, un convocado. (Vocación)

El animador es un joven o adulto llamado por Dios en una comunidad para asumir el servicio de motivar, integrar y ayudar a crecer a los adolescentes en el seguimiento de Cristo. Animar significa “dar alma”, “dar ánimo”, “dar vida”. El animador que está a cargo de un grupo de adolescentes sabe que su tarea no se limita a poner en práctica un conjunto de técnicas, sino que implica compartir la vida misma para que otros también la tengan, acompañando en el crecimiento personal y espiritual a cada uno de los miembros de esa pequeña comunidad.[1] Para poder invitar a los adolescentes a descubrir y responder al llamado que Dios les hace, es necesario vivir primero en forma personal ese llamado, reconociendo la gratuidad de la elección y manifestando una adhesión incondicional. La experiencia fundamental de todo animador de adolescentes es precisamente ésa: reconocer el amor que Dios le tiene y sentirse verdaderamente convocado de manera personal a anunciar a Jesucristo, misión esencial de todo bautizado. (Jn. 15,16) Teniendo en cuenta lo anterior, no puede considerarse entonces que el animador es quien se ocupa temporariamente de un grupo por causas fortuitas; el animador responde a una vocación, y lo hace desde su carisma particular, otorgado por Dios para el desempeño eficaz y fecundo de esa misión.[2]

Un enviado. (Misión)

La Iglesia, a través de sus comunidades parroquiales, envía a cada animador para que, asistido por el Espíritu Santo, sea testigo de la fe entre sus hermanos. Esto exige que ese animador no sólo conozca la realidad de los adolescentes a los que ha de acompañar, sino que procure identificarse con ella hasta lograr un profundo sentido de pertenencia que le permita iluminarla desde el Evangelio. El animador que se sabe enviado, comprende que su tarea no sólo alcanza a los miembros de su pequeño grupo; ha sido llamado a evangelizar a todos los adolescentes, más allá de las fronteras de su comunidad. Hoy, más que nunca, es necesario volver la mirada a aquellos adolescentes en situaciones de riesgo, que sufren el abandono de sus familias, gobiernos o sociedades, que viven en ambientes de violencia física o psicológica, que son víctimas del consumo, del alcohol, de la droga, de la prostitución, de la pobreza material, cultural o afectiva; aquellos que no tienen proyectos de vida y los que nunca han recibido el anuncio de Jesucristo liberador. Es uno de los desafíos más importantes de este tiempo, que requiere una acción profunda y eficaz, con estrategias renovadoras y la audacia propia de quien se sabe poseedor de una misión tan valiosa como exigente. Para llevarla a cabo, será necesario comenzar por mirar la realidad de los adolescentes, conocer sus ambientes, interiorizarse acerca de su cultura y convivir con ellos abriendo el corazón para encontrar alternativas válidas de convocatoria, a fin de hacer llegar al mayor número posible la Palabra salvadora de Cristo.

Un hombre-mujer de fe.

El animador es una persona de fe, que aspira a la santidad, que vive lo que predica y que es conciente de su condición de discípulo. La invitación que hace a los adolescentes para adherirse a Cristo debe nacer de su propia vivencia espiritual: él es un enamorado del Evangelio (cf. Jn. 21,15 ss), que ha decidido seguirlo a través de una opción concreta y que descubre la presencia de Dios en todas las situaciones de su vida. En el silencio interior (Mt.6,6), la actitud de escucha y la reflexión personal, irá reconociendo los signos de la providencia en todas las instancias de su apostolado, creciendo en la fe y en el amor a Dios, fuente de toda Gracia y sabiduría. El contacto permanente con Él a través de la oración personal le permitirá poner en sus manos la obra que realiza, recibir consuelo y fortaleza y tener una actitud dócil y confiada a la acción del Espíritu.

Esta adhesión a Jesucristo también implicará una adhesión a su Iglesia y una vivencia profunda de la experiencia comunitaria como miembro de una parroquia, colegio o diócesis. En ese ámbito de fraternidad, con el apoyo de sus hermanos y el auxilio de la Palabra y los Sacramentos, podrá descubrirse acompañado en el desempeño de su misión, a la vez que brindará un mejor testimonio de vida cristiana. La espiritualidad del animador estará basada, también, en un profundo espíritu de conversión, lo que implicará ser capaz de estar siempre en actitud de “volver a la casa del Padre”, superando las limitaciones y debilidades, las tentaciones y los fracasos, los sentimientos de desaliento y frustración, sabiendo que Dios suple con su bondad las carencias humanas y que su sola Gracia basta para completar las obras de los hombres. (cf. 2 Co 12,9) La perspectiva del animador debe ser siempre, entonces, una perspectiva de esperanza: cree que Dios puede renovar su corazón, cree que también ocurrirá lo mismo con el corazón de sus chicos y permanece fiel en su seguimiento sabiendo que está en sus manos, con una confianza ilimitada. “Todo lo puedo en aquel que me conforta.” (Filp. 4,13)

Un hombre- mujer maduro.

El animador es una persona que ya ha vivido un proceso de maduración y que, por lo tanto, está en condiciones de orientar a otros en su camino de crecimiento. Lo anterior, sumado a una estabilidad afectiva manifiesta, le permite constituirse en modelo de referencia para los adolescentes y poder ayudarlos a definir sus proyectos de vida. Entre sus rasgos más sobresalientes debemos destacar: apertura y disposición para el diálogo con los adolescentes, valorando lo positivo y negativo de sus vidas y sus situaciones; mirada atenta y de conjunto sobre la realidad; responsabilidad en el desempeño de su misión; posición definida frente a los problemas y dificultades; paciencia, a fin de saber esperar los tiempos de cada chico; humildad; pasión por la verdad; disponibilidad y servicio; creatividad; actitudes de cordial acogida; disposición para el trabajo en equipo; conciencia del desafío que implica el crecimiento y formación permanentes.

Un guía, un pedagogo.

Entre los objetivos principales de todo animador, está el de lograr el crecimiento personal de cada uno de los adolescentes que integran su grupo, encaminándolos a un desarrollo armónico de todas sus potencialidades. Podemos decir, entonces, que el animador es un educador, y su tarea consiste en retomar la pedagogía de Dios con respecto al adolescente: acercarse a él, encarnarse en su realidad, proponerle el camino de Cristo y acompañarlo en ese peregrinar. Esta condición de educador le exige, por lo tanto, adoptar una actitud permanente de acompañamiento, demostrando una constante presencia efectiva en las distintas situaciones que viven los chicos, conviviendo con ellos y asumiendo su vida misma para educarlos desde ella, con proyección a futuro. Él es el encargado de promover el protagonismo de los adolescentes haciendo uso de una metodología participativa, planificar y revisar su tarea en comunión con los demás animadores y el asesor y orientar el camino de perseverancia en la fe retomando la pedagogía de Cristo Maestro. Educar es salir al encuentro del hombre, como lo hizo Jesús. El animador es, entonces, aquel que reconoce en todo adolescente la necesidad de ser evangelizado, y sale a buscarlo para hacerle conocer y valorar el sentido profundo de su vida, como hijo de Dios.

b) Tareas

18- Nos limitamos a enumerarlas, pues se trata de las tareas fundamentales que todo animador debe tener en cuenta en consonancia con los propios dones y carismas y la realidad que le toca animar. El animador debe: preparar y animar las reuniones de su grupo, propiciando un clima de cálida acogida; detectar las necesidades de los chicos para responder a ellas; favorecer actitudes solidarias, democráticas y creativas; alentar la experiencia de Dios desde la oración, la lectura de la Palabra y la celebración viva de la fe; fomentar la solidaridad a los pobres; participar activamente en las actividades parroquiales y diocesanas; promover la participación de los chicos en las actividades anteriores, especialmente aquellas destinadas a ellos; favorecer y animar la convivencia fraterna; reunirse periódicamente con los otros animadores y con el asesor a fin de encaminar y evaluar la marcha del grupo, intercambiar experiencias, fortalecerse en el desempeño de la misión y afianzar el espíritu comunitario; capacitarse permanentemente para mejorar la calidad de su servicio; buscar estrategias concretas y efectivas que permitan evangelizar, también, a aquellos adolescentes que no van a la parroquia o colegio.

El asesor

a) Identidad y características

La figura del asesor en la Pastoral de adolescentes ha cobrado, en los últimos tiempos, una singular importancia. Se trata de un cristiano adulto, (religioso o laico), que fue “llamado por Dios para ejercer el ministerio de acompañar, en nombre de la Iglesia, los procesos de educación en la fe”[3] de los adolescentes. Como adulto que es, ya ha definido su proyecto de vida y, por lo tanto, es capaz de mirar el camino de los adolescentes desde otra perspectiva, a fin de poder orientarlos. Posee un carisma y una vocación especial que le permiten realizar este servicio a la Iglesia; esto significa que su elección debe ser meditada, procurando reconocer ese carisma especial en las personas adecuadas, ya que su misión será fundamental en la marcha de los grupos. Comparte con el animador todas aquellas características que hacen a su identidad teológico-pastoral, espiritual, psicológica y pedagógica; es una persona de fe, oración y testimonio que conoce, ama y sirve a la Iglesia desde su rol particular y asume la misión de orientador y guía ofreciendo lo mejor de sí mismo por el Reino de los Cielos.

b) Tareas

La tarea fundamental del asesor es la de formar y acompañar a los animadores de grupos de adolescentes. En las reuniones periódicas con ellos, en el contacto personal y el diálogo permanentes, irá conociendo sus necesidades, orientándolos en el desempeño de su misión, alentándolos y fomentando en ellos el espíritu comunitario. Otra tarea, no menos importante y vital, consiste en realizar también un acompañamiento a los adolescentes, ayudándolos a discernir sus proyectos de vida y hacer una opción madura por el Evangelio. Se trata de un acompañamiento integral y procesual, que hace referencia a todos los aspectos de la vida y que se prolonga a lo largo del tiempo. El asesor educa para la organización, pero siempre respetando las propuestas que le hacen; sabe delegar responsabilidades, identifica carismas y liderazgos, promueve la experiencia comunitaria de la fe, fomenta la espiritualidad, busca abrirles a los adolescentes espacios de participación en la comunidad eclesial siendo, también, nexo entre ellos y las generaciones adultas, fomenta un estudio profundo y crítico de la realidad para encontrar alternativas válidas de evangelización y construye canales de comunicación con los pastores y demás miembros de la comunidad, a fin de integrar su tarea al trabajo eclesial.